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Parir con dolor


 

La rutina diaria  fue sacudida esa tarde por el noticiero, la imagen de aquel hombre   me conmovió, sin saber por qué a partir de ese día comencé a seguir el caso,  a  tratar de  hilvanar las distintas conjeturas para arribar a mi hipótesis, que cambiaba permanentemente  por la  diversidad  de opiniones de los medios.
¿Era ese hombre culpable?, no parecía, algo familiar veía en el.
Luego vino la certeza, la familia defendiéndolo-´ “es inocente”- dijo ella, con toda la convicción de una madre, cuyos ojos se cruzaron tantas veces  con su pura mirada cuando lo amamantaba, lo vio crecer, y jugar con sus hermanos hasta hacerse un hombre.
Ahora un vago recuerdo me asalta. En mi adolescencia frecuenté la casa de Muñiz en vacaciones  y era un placer disfrutar con ellos esas tardes de verano, los juegos, las picardías. En esa casa había ciertas licencias que en la mía no tenía, se podía jugar al carnaval y a la guerra de almohadas.
 Crecimos y no se por qué razón nos separamos, cada cual en sus cosas, todos por caminos diferentes. Nunca más supe de ellos.
 Al ver las imágenes en el noticiero, lo veo a Jorge y vuelve a mi aquel niño de mirada triste con el que compartí   los puros años de  la inocente infancia.
 ¿Cómo puedo ver en ese hombre  al culpable?
Pienso en  su madre, en sus hermanos, en la estigmatización de la sociedad  hacia ellos, cuyas vidas no serán las mismas, porque la gente también los condena  y los convierte en culpables. Pienso también en esa madre que cruzó su mirada  con la niña amamantándola. Ella jamás pensó que su vida se iba a ver truncada con una muerte brutal.
Las madres parimos y criamos con dolor  y felicidad a nuestros hijos.
Creemos que  les enseñamos todo lo necesario para ser felices.
“La vida es un don de la naturaleza, la vida bella es un don de la sabiduría.”
Ellos harán con todo eso lo que quieran o lo que puedan, y serán los responsables absolutos de sus actos.
 Pero aun sabiendo  todo eso, no bastará para evitar el desgarro del alma, si  nos gritan que parimos al asesino.
Como madre jamás lo creeríamos, y está bien que así sea, ¿Qué madre no haría eso?
¿Qué madre no creería en su hijo, si le dice soy inocente con lágrimas en los  ojos? ¿Acaso  No querría volverlo al vientre y darle cobijo?
Y aquellas a las que le matan un hijo,  ¿Acaso podrían perdonar   y dejar de pedir justicia desgarradoramente?
Más allá de la religión, de las creencias, la divina justicia nos alcanza. El culpable y el inocente  tendrán la suya.
Solo debemos pedir que esta historia no manche el buen nombre de los que sin querer se vieron involucrados en ella.
Todos debemos pensar  en el sufrimiento de  esas madres, más allá de la inocencia o de la culpabilidad de sus hijos, todos podemos parir a un mártir, todos podemos parir a la victima, todos podemos parir al asesino.

Alicia Celada                                                              


                                                                              
                                                 
                                                                                                            
                                                                                                           
  


  

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