El empuñó en mi mano aquella arma.
Y tan solo al mirarme fijamente, me dijo que lo haga.
Yo no quería hacerlo, no quería, pero el me desangraba.
Por eso que al hacerlo, use su propia arma.
Estaba frente a el hacia tiempo, apuntando a su alma.
El no midió los tiempos, las distancias, tal vez, me desafiaba.
No quería matarlo, no quería, pero era una amenaza.
Una amenaza a mi poesía, una amenaza para mi esperanza.
¡Que alivio, que final a este suplicio!, que a él lo torturaba.
Y me dejaba presa de la espera, y a mi me acongojaba.
No tengo que mostrarles a nadie mi inocencia.
Si por matar al hombre, me vi obligada a matar la hembra.
Era justo, muy justo y digno que así sea.
Por eso simplemente, me declaro inocente.
Y acepto la amistad del hombre muerto.
Para no revivirlo en el intento.
Amigo mío, retoño de esa muerte, eres aquel testigo que libera.
No quería matarte, no quería, pero era inevitable que así fuera.
Por eso, evitando esa agonía, esas eternas noches de desvelo.
Yo decreto, tu bandera a media asta, y una noche de duelo.
Alicia Celada
Alicia Celada
3 comentarios:
duro , pero muy bello
asesina, esto es despiadado y cruel.también la imagen
Alicia.
Me conmueve el leerte.
Un beso,
Esteban
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